


Una de las herramientas fundamentales para la transformación social y económica es, sin duda, la educación. Según UNESCO, alrededor del 16% de niños y jóvenes en el mundo no tienen acceso a un plan de escolarización, lo que impacta considerablemente sus oportunidades de movilidad social y de integrarse a la fuerza laboral calificada.
Tan solo en América Latina y el Caribe, la tasa de no escolarización alcanza un total 7.6%, lo que representa 9.7 millones de niños y jóvenes sin acceso a educación. En el largo plazo, este fenómeno representa un problema para los Estados, ya que al no garantizar este derecho fundamental, parte de su población no podrá aportar al desarrollo de su país ni buscar la prosperidad individual y comunitaria.
No obstante, y desde que la tecnología se ha implementado en cada vez más aspectos en la vida común, la digitalización de la educación se ha puesto en marcha, ofreciendo oportunidades más accesibles para todos aquellos que busquen no sólo estudiar, sino enriquecerse con herramientas para transformar sus comunidades. Con la llegada de internet y de plataformas de comunicación digitales, ahora más que nunca es posible democratizar el acceso a la educación.
Sin embargo, cualquier proyecto digitalizado depende en gran medida de la continuidad y resiliencia de su estructura. Por ejemplo, el programa EdTech for Good de la Unicef, creado para impulsar soluciones tecnológicas que subsanen necesidades para la educación infantil y juvenil, establece unos pilares que garantizan esos valores:
Pero, en este sentido, existe un pilar adicional que se debe tener en cuenta a la hora de construir ecosistemas educativos: la resiliencia. Cuando las escuelas pueden contar con redes estables y plataformas en línea accesibles, pueden centrarse en la enseñanza y el aprendizaje en lugar de gestionar las interrupciones.

El concepto de continuidad del aprendizaje, es decir, la capacidad de que la educación continúe sin interrupciones a pesar de retos como las perturbaciones meteorológicas, los problemas de infraestructura o las emergencias, se ha convertido en un elemento central de la planificación educativa digital moderna. Desde 2015, la penetración del internet en América Latina y el Caribe ha alcanzado niveles cada vez más altos, pasando de un 53.3% ese año al 81.5% en 2024. A través de esta paulatina mejora en la conectividad de la región, las escuelas con sistemas fiables pueden pasar sin problemas de la enseñanza presencial a la enseñanza a distancia, lo que garantiza que los alumnos sigan participando y los profesores sigan recibiendo apoyo.
A largo plazo, algunos beneficios de este modelo son:
Un caso destacado en la región es Panamá, que ha mostrado cómo las alianzas público-privadas y la cooperación internacional pueden acelerar la transformación educativa. Según el informe Panama: Innovative Partnerships Transforming Education de la United Nations Development Coordination Office de 2025, el país ha logrado avances notables gracias a la coordinación entre el gobierno, el sistema de Naciones Unidas y el sector privado.
La tasa de matrícula en educación primaria y secundaria creció del 90 % en 2017 al 98 % en 2023, acercándose a la escolarización universal. Además, la conectividad a internet alcanzó el 85 % de la población, ampliando el acceso al aprendizaje en línea y a nuevas competencias digitales. En el ámbito técnico, instituciones como el Instituto Técnico Superior Especializado (ITSE) y el INADEH reportan que más del 80 % de sus graduados consiguen empleo, demostrando una conexión efectiva entre educación y desarrollo económico.
La digitalización de la educación en América Latina no solo representa una vía para reducir la desigualdad, sino una oportunidad para reimaginar la forma en que las sociedades aprenden y cooperan. Casos como el de Panamá muestran que la transformación educativa requiere tanto infraestructura tecnológica como visión compartida y compromiso multisectorial. En última instancia, la educación digital debe aspirar a más que la conectividad: debe formar ciudadanos capaces de aprender sin interrupciones, adaptarse al cambio y contribuir activamente a un futuro más justo e inclusivo.
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